Existen muchas personas que están totalmente en contra de dar limosna, aquí y en todo el mundo, me imagino. Algunas razones son el no fomentar la haraganería, evitar la explotación de menores o niños de la calle, disminuir la delincuencia y un montón más que ni mencionarlas, porque ni me acuerdo.
Si mal no recuerdo, en algún lugar y en algún momento, escuché un par de historias, de esas que se cuentan a las niñas y niños, para ejemplificar el bien. Se trataba de un par de personas, humanos como cualquiera, pero que como poquísimos, dedicaron sus vidas a luchar en contra de la pobreza, el odio, y a favor de los desvalidos, los enfermos, los marginados por sociedades de diferentes continentes.
Estas personas hasta donde el cuento o historia relata, nunca trabajaron, vivían de la caridad de otras gentes que les proporcionaban alimento, techo y vestido. A pesar de haber sido hombres de buena voluntad y llenos de amor, pacíficos y muy sabios, también fueron rechazados y maltratados en más una ocasión. Haciendo memoria, uno de ellos era llamado Buda y el otro Jesús.
Hay una chica lesbiana en Guate, muy intelectual y estudiada, que menciona mucho dos frases: “Celeste que le cueste” y “ There is no free lunch”. Suena simple, sencillo y práctico en ambientes políticos, económicos y sociales…pero no en la realidad de tanto ser humano.
Contando una experiencia personal, tengo la fortuna de poseer vehículo propio, o al menos sólo me faltan 13 meses para terminarlo de pagar. Me facilita mucho mi vida, porque en mi caso, sin un bastón, caminar más de 5 cuadras es cuasi imposible, y el transporte público no está adaptado para personas con discapacidades físicas en este país.
Podría ser que por esta situación individual, mi forma de observar sea un tanto diferente, cuando veo a tanta persona que pide en las calles sin una o ambas piernas, con retraso mental, con enfermedades tan terribles como el alcoholismo y la drogadicción.
No niego que hay mendigos que son excelentes empresarios y ganan en un día, lo que tal ves yo no. Haciendo cuentas burdas y gruesas, bien podría sacar lo del alquiler enseñando mi rodilla maltrecha, pero obviamente, no es el caso, tengo un trabajo, una profesión y no sólo es mi privilegio, es mi deber usarla para mantenerme y aportar a mi hogar. Una retribución que a la larga se queda corta ante tanta bendición en mi vida.
Hace varios años, entraba en dilema cuando se me acercaba un borrachín e indigente a pedir limosna. La cuestión era, si le daba se somataría ese poquito de dinero en más trago o droga, entonces le estaría haciendo daño y el dinero no me caía ni cae del cielo. Luego venían los juicios de valor, como que por algo que seguramente hizo, se perdió en el alcohol y de plano no sólo eso, sino que ha de haber sido un ladrón o peor. Y como, volviendo a la primer idea de que no lo usaría para algo bueno y eso era lo que yo pretendía, le daba o no le daba. Varias veces no di nada, otras di un poquito, otras un poquito más.
El resultado fue claro y ahora es la razón de que dé sin juzgar ni cuestionar, ME SIENTO BIEN, EN PAZ Y LLENA DE COMPASION.
Eso lo entendí con el tiempo, el ponerle nombres a mis sensaciones e identificarlas cada una tal cual.
Eso lo entendí con el tiempo, el ponerle nombres a mis sensaciones e identificarlas cada una tal cual.
Hace relativamente poco mi dilema fue el siguiente: cuánto les doy. No me siento segura de poder reconocer la necesidad en una persona que pide limosna, sólo sé que necesita.
Puede ser también que no sea sólo el dinero lo que necesitan, sino la acción, que al menos para mí, implica definitivamente amor.
Tampoco puedo categorizar en los casos donde se presentan dos o tres pidiendo; el anciano desorientado y abandonado, la mujer soltera con los niños harapientos y desnutridos, la señora en silla de ruedas que abandonan en la esquina, el joven sobre una patineta porque no tiene piernas.
Sé que todos se merecen más de lo que doy, trato de ser lo más pareja con todos y siempre que paso, les doy. Con eso, aplaco un poco la sensación de impotencia, de tristeza y de soledad que en medio de una jungla humana, es una vista demasiado frecuente.
Siempre cargo un monederito, con fichitas y ahora lo reviso antes que el tanque de gasolina. Porque una sonrisa perdida, unas gracias balbuceadas y hasta el silencio, me conectan con una realidad y una vida que debe ser utilizada para servir y dar, ya cómo y dónde y cuánto, es cuestión personal.
Hay dolores de dolores, hay penas de penas, hay soledades de soledades, y nada ni nadie nos puede asegurar que lo que tenemos lo preservaremos hasta que la muerte nos sorprenda. No vivo en tristeza, porque con alegría me siento y los que me rodean se sienten, mejor.
Siempre cargo un monederito, con fichitas y ahora lo reviso antes que el tanque de gasolina. Porque una sonrisa perdida, unas gracias balbuceadas y hasta el silencio, me conectan con una realidad y una vida que debe ser utilizada para servir y dar, ya cómo y dónde y cuánto, es cuestión personal.
Hay dolores de dolores, hay penas de penas, hay soledades de soledades, y nada ni nadie nos puede asegurar que lo que tenemos lo preservaremos hasta que la muerte nos sorprenda. No vivo en tristeza, porque con alegría me siento y los que me rodean se sienten, mejor.
No me interesan las razones de las tragedias de lo demás, sólo me interesa el momento en que algo se puede hacer y ayudar. Para juicios, críticas e hipocresías ya tenemos hasta de más con los gobiernos, las iglesias y las personas que se las llevan de sabelotodo.
Es de recordar que todo lo que sube baja, que un suspiro en Japón puede causar un ventarrón en Alaska.
Cuando me cueste y me pese dar una moneda, cuando espere algo a cambio que llene mis expectativas, cuando mi actuar sea condicionado a mis deseos egoístas… entonces detendré de golpe mi vida y he de reflexionar, recapacitar y buscar sin parar a dónde se fue mi humanidad.
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