Tarde o temprano, llega el momento en el cual nos paramos un instante, respiramos profundamente, vemos alrededor y nos percatamos, como si viéramos una estrella fugaz en el horizonte, que tenemos nuestra vida actual realmente en nuestras manos y que de nosotros depende el rumbo y el uso que le demos.
Esta realización puede ser efímera y olvidarse al cabo de unos segundos tras ser absorbida por el torbellino de pensamientos y distracciones que nos envuelven.
O puede marcar y dar la pauta para tomar decisiones, formular proyectos, reconocer errores sin claudicar ante la culpa, así como desechar odios y prejuicios.
Podemos quedar en el cautiverio que rige al normado y limitado entendimiento de las masas o dar el paso hacia el librepensamiento y la oportunidad de ser auténtica en este mundo que viaja por un universo sin principio ni fin, a nuestra simple vista.
En algún momento de esta nuestra vida actual, tenemos el poder del conocimiento puro. No se trata del mundano que mide tenuemente nuestro intelecto como lo que sabemos de una materia o tanta basura aprendida de una ideología o ente fanático. Es algo más, como una intuición, un sentir, una sensación extrañamente liberadora, aventurera, retadora y muy brillante ante lo que es y lo que no es.
Tan insólito puede parecer, tan inverosímil de creer y entender, que esta oportunidad a veces irrepetible, tendemos a desperdiciar.
Es cuando nuestra lógica, sentido común y naturaleza humana se unen para integrar una proposición y entonces, sin importar quien diga qué, sabemos con certeza propia si es o no merecedor de ser integrado a nuestro diario vivir.
Conforme crecemos, “maduramos”, “sabemos más” y definitivamente envejecemos, más nos contaminamos y confundimos con tanta falsedad y mentira a nuestro alrededor. Es difícil no caer en esta vorágine de ignorancia y pasar a ser parte de los que esperan a ser ordenados qué pensar, qué hacer, cómo, cuando y donde. Sin tan sólo esbozar un suave y casi inaudible…¿Por qué?
Sabemos que la vida es un don precioso y de valor incalculable, irremplazable, y aún así, discriminamos entre la vida de un ser humano, un animal, una planta y un insecto. Veo a los niños cuando la naturaleza les maravilla e infunde respeto, más al corto tiempo, se entretienen aplastando hormigas o maltratando a sus mascotas.
Todos deseamos sin excepción a lo largo de nuestras vidas, ser felices. Aún así muchos persiguen y “logran” esa felicidad a costa del daño y sufrimiento de otros seres, igualitos a nosotros, quienes también desean y se merecen ser felices.
Asumimos que lo que creemos es la única verdad, que nuestros derechos están por encima de los de los demás, que lo material es la fuente más certera de felicidad, que somos autosuficientes e independientes en este mundo que compartimos, que nuestros problemas son más importantes que los de los demás, que nunca moriremos y que nuestro sufrimiento y problemas son causa directa de lo externo, de lo de afuera, de los demás.
¿Estamos acaso concientes de que es posible que el cambio para beneficio o perjuicio de nosotros depende y se origina de nuestro interior, de nuestras ideas e interpretaciones, de nuestras palabras y comentarios o chismes, de nuestras acciones con buenas o malas intenciones?
¿Somos víctimas de sistemas políticos opresivos, sociedades intolerantes, leyes injustas o somos víctimas de lo que imaginamos y percibimos en estados mentales alterados?
Un ejemplo tan simple como profundo, es una pequeña historia que describe lo anterior. “Viene un extraño, que nos confunde con un enemigo y nos golpea con un palo, nos lastima y nos enfurece, entonces al sentirnos agredidos, pensamos que es justo y apropiado defenderse y contraatacar al agresor”. Analizando si queremos ser cabales, la causa de nuestro dolor no es el hombre desconocido, sino que el palo, entonces deberíamos destruir el palo. Pero interpretamos como si el hombre es la causa, más si reflexionamos, ese hombre es presa de ideas equivocadas, confusas y alteradas, cree que somos su enemigo y en vez de preguntar o doble chequear, nos ataca. No es entonces tampoco el hombre per se, la causa de nuestro dolor, son sus ideas equivocadas y deberíamos destruir esas ideas, pero lo único a lo que llegamos es a arremeter contra el hombre como tal, sin tomar en cuenta los factores anteriores. Así como esa persona nos causó daño por ideas erróneas, nosotros le devolvimos el daño por ideas erróneas y la historia se vive repitiendo sin fin, sin sentido.
Sólo si se logra controlar a esa mente desbocada, que corre a años luz por delante de nuestro entendimiento y conciencia, seguida de cerca por la boca que pronuncia palabras ofensivas y perseguida por las acciones que involucran violencia física, estaremos en condiciones de iniciar nuestro camino a la felicidad.
Entonces podría interpretarse, que nunca lograremos ser felices, pero no es del todo cierto esta conclusión, logramos ser felices, pero por muy cortos períodos de tiempo, cuando no somos esclavos de nuestra ignorancia ante las circunstancias que nos rodean y por ende, pensamos, hablamos y actuamos para perpetuar nuestro sufrimiento o terminar con nuestra fugaz felicidad.
Y de eso se trata la vida, queramos o no, nunca seremos siempre felices y siempre estaremos en busca de la felicidad, lo cual es distinto para cada persona.
Si tenemos trabajo, no basta, queremos más y mejor salario y prestaciones, de donde la felicidad de trabajar se ve sustituida por la insatisfacción de desear algo más.
Si tenemos carro, no basta, queremos uno más grande, más veloz, más moderno y la satisfacción de podernos mover por las calles, se ve frustrada por desear algo más.
Si somos sanos, nos vemos al espejo y notamos canas y arrugas, vamos al gimnasio y tomamos antioxidantes o hasta optamos por cirugía estética, lo cual nunca será suficiente, dejamos de ser felices en este momento por lo que ya no somos ni podremos volver a ser.
Si tenemos comida, se nos antoja algo diferente, más condimentado, más caliente, más ligero, más fresco, más exótico y perdemos el gusto de masticar un pedazo de pan, por una vianda que no tenemos a nuestro alcance.
En fin, los ejemplos son tantos como personas y situaciones existen, pero definitivamente hay un patrón y el reconocerlo nos permite no caer en el juego de sube y baja sin fin.
El tener y querer, no conduce al bienestar perpetuo.
Sufre el que tiene, porque al perderlo, se queda sin lo que tenía y apreciaba.
Sufre el que no tiene, porque desea lo que no puede conseguir.
Sufre el que se transporta en camioneta, porque le pueden robar o asaltar.
Sufre el que tiene carro porque por robárselo, le pueden hasta matar.
Sufre el que tiene ahorros, porque si hay desfalco, se queda sin jubilación en la vejez.
Sufre el que todo lo debe, porque ni para el mes entrante tiene para comer.
Sufre el bello porque la vejez no perdona.
Sufre el feo, porque bello quisiera ser.
Sufre el poderoso, porque a más alto, más dura la caída.
Sufre el indefenso, porque las injusticias predominan.
Sufre el que sabe, porque ya no hay excusa al equivocarse.
Sufre el que ignora, porque con más frecuencia padecerá de sus errores.
Y sufrimos todos, pero deseamos ser felices, más si no vemos que la felicidad del otro es parte de obtener la nuestra, que la compasión y la humildad son virtudes más valiosas que todo el dinero del planeta, que la guerra jamás podrá ofrecer algo mejor que dolor y pérdida, que el egoísmo nos hace chiquitos y miserables, que todos somos iguales y la muerte inevitable, en deseo quedará, la tan ansiada felicidad.
Esta realización puede ser efímera y olvidarse al cabo de unos segundos tras ser absorbida por el torbellino de pensamientos y distracciones que nos envuelven.
O puede marcar y dar la pauta para tomar decisiones, formular proyectos, reconocer errores sin claudicar ante la culpa, así como desechar odios y prejuicios.
Podemos quedar en el cautiverio que rige al normado y limitado entendimiento de las masas o dar el paso hacia el librepensamiento y la oportunidad de ser auténtica en este mundo que viaja por un universo sin principio ni fin, a nuestra simple vista.
En algún momento de esta nuestra vida actual, tenemos el poder del conocimiento puro. No se trata del mundano que mide tenuemente nuestro intelecto como lo que sabemos de una materia o tanta basura aprendida de una ideología o ente fanático. Es algo más, como una intuición, un sentir, una sensación extrañamente liberadora, aventurera, retadora y muy brillante ante lo que es y lo que no es.
Tan insólito puede parecer, tan inverosímil de creer y entender, que esta oportunidad a veces irrepetible, tendemos a desperdiciar.
Es cuando nuestra lógica, sentido común y naturaleza humana se unen para integrar una proposición y entonces, sin importar quien diga qué, sabemos con certeza propia si es o no merecedor de ser integrado a nuestro diario vivir.
Conforme crecemos, “maduramos”, “sabemos más” y definitivamente envejecemos, más nos contaminamos y confundimos con tanta falsedad y mentira a nuestro alrededor. Es difícil no caer en esta vorágine de ignorancia y pasar a ser parte de los que esperan a ser ordenados qué pensar, qué hacer, cómo, cuando y donde. Sin tan sólo esbozar un suave y casi inaudible…¿Por qué?
Sabemos que la vida es un don precioso y de valor incalculable, irremplazable, y aún así, discriminamos entre la vida de un ser humano, un animal, una planta y un insecto. Veo a los niños cuando la naturaleza les maravilla e infunde respeto, más al corto tiempo, se entretienen aplastando hormigas o maltratando a sus mascotas.
Todos deseamos sin excepción a lo largo de nuestras vidas, ser felices. Aún así muchos persiguen y “logran” esa felicidad a costa del daño y sufrimiento de otros seres, igualitos a nosotros, quienes también desean y se merecen ser felices.
Asumimos que lo que creemos es la única verdad, que nuestros derechos están por encima de los de los demás, que lo material es la fuente más certera de felicidad, que somos autosuficientes e independientes en este mundo que compartimos, que nuestros problemas son más importantes que los de los demás, que nunca moriremos y que nuestro sufrimiento y problemas son causa directa de lo externo, de lo de afuera, de los demás.
¿Estamos acaso concientes de que es posible que el cambio para beneficio o perjuicio de nosotros depende y se origina de nuestro interior, de nuestras ideas e interpretaciones, de nuestras palabras y comentarios o chismes, de nuestras acciones con buenas o malas intenciones?
¿Somos víctimas de sistemas políticos opresivos, sociedades intolerantes, leyes injustas o somos víctimas de lo que imaginamos y percibimos en estados mentales alterados?
Un ejemplo tan simple como profundo, es una pequeña historia que describe lo anterior. “Viene un extraño, que nos confunde con un enemigo y nos golpea con un palo, nos lastima y nos enfurece, entonces al sentirnos agredidos, pensamos que es justo y apropiado defenderse y contraatacar al agresor”. Analizando si queremos ser cabales, la causa de nuestro dolor no es el hombre desconocido, sino que el palo, entonces deberíamos destruir el palo. Pero interpretamos como si el hombre es la causa, más si reflexionamos, ese hombre es presa de ideas equivocadas, confusas y alteradas, cree que somos su enemigo y en vez de preguntar o doble chequear, nos ataca. No es entonces tampoco el hombre per se, la causa de nuestro dolor, son sus ideas equivocadas y deberíamos destruir esas ideas, pero lo único a lo que llegamos es a arremeter contra el hombre como tal, sin tomar en cuenta los factores anteriores. Así como esa persona nos causó daño por ideas erróneas, nosotros le devolvimos el daño por ideas erróneas y la historia se vive repitiendo sin fin, sin sentido.
Sólo si se logra controlar a esa mente desbocada, que corre a años luz por delante de nuestro entendimiento y conciencia, seguida de cerca por la boca que pronuncia palabras ofensivas y perseguida por las acciones que involucran violencia física, estaremos en condiciones de iniciar nuestro camino a la felicidad.
Entonces podría interpretarse, que nunca lograremos ser felices, pero no es del todo cierto esta conclusión, logramos ser felices, pero por muy cortos períodos de tiempo, cuando no somos esclavos de nuestra ignorancia ante las circunstancias que nos rodean y por ende, pensamos, hablamos y actuamos para perpetuar nuestro sufrimiento o terminar con nuestra fugaz felicidad.
Y de eso se trata la vida, queramos o no, nunca seremos siempre felices y siempre estaremos en busca de la felicidad, lo cual es distinto para cada persona.
Si tenemos trabajo, no basta, queremos más y mejor salario y prestaciones, de donde la felicidad de trabajar se ve sustituida por la insatisfacción de desear algo más.
Si tenemos carro, no basta, queremos uno más grande, más veloz, más moderno y la satisfacción de podernos mover por las calles, se ve frustrada por desear algo más.
Si somos sanos, nos vemos al espejo y notamos canas y arrugas, vamos al gimnasio y tomamos antioxidantes o hasta optamos por cirugía estética, lo cual nunca será suficiente, dejamos de ser felices en este momento por lo que ya no somos ni podremos volver a ser.
Si tenemos comida, se nos antoja algo diferente, más condimentado, más caliente, más ligero, más fresco, más exótico y perdemos el gusto de masticar un pedazo de pan, por una vianda que no tenemos a nuestro alcance.
En fin, los ejemplos son tantos como personas y situaciones existen, pero definitivamente hay un patrón y el reconocerlo nos permite no caer en el juego de sube y baja sin fin.
El tener y querer, no conduce al bienestar perpetuo.
Sufre el que tiene, porque al perderlo, se queda sin lo que tenía y apreciaba.
Sufre el que no tiene, porque desea lo que no puede conseguir.
Sufre el que se transporta en camioneta, porque le pueden robar o asaltar.
Sufre el que tiene carro porque por robárselo, le pueden hasta matar.
Sufre el que tiene ahorros, porque si hay desfalco, se queda sin jubilación en la vejez.
Sufre el que todo lo debe, porque ni para el mes entrante tiene para comer.
Sufre el bello porque la vejez no perdona.
Sufre el feo, porque bello quisiera ser.
Sufre el poderoso, porque a más alto, más dura la caída.
Sufre el indefenso, porque las injusticias predominan.
Sufre el que sabe, porque ya no hay excusa al equivocarse.
Sufre el que ignora, porque con más frecuencia padecerá de sus errores.
Y sufrimos todos, pero deseamos ser felices, más si no vemos que la felicidad del otro es parte de obtener la nuestra, que la compasión y la humildad son virtudes más valiosas que todo el dinero del planeta, que la guerra jamás podrá ofrecer algo mejor que dolor y pérdida, que el egoísmo nos hace chiquitos y miserables, que todos somos iguales y la muerte inevitable, en deseo quedará, la tan ansiada felicidad.
1 comentario:
qué profundidad de pensamiento, me gusta la forma tan clara en que expones esto, realmente me hiciste pensar...
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