Me quedé inmóvil. Sus manos subieron por mi cintura, luego a mi abdomen y me recosté ligeramente sobre su pecho. Su calor y respiración tranquila y pausada inundaron mi cuerpo y cerebro. Mis brazos yacían a los lados letárgicos. La sentí llegar a mi pecho, entre sorpresa y dicha sentí cómo apretaba y jugaba cual si maestra experta y conocedora, mis ya súper erectos pezones.
No fue suave, fue enérgico e intenso, sin miramientos, varias veces, apretando y soltando, dejándolos casi insensibles entre sus dedos y un gemido se escapaba desde mis entrañas.
Dejó una mano en mi pecho y pezón y la otra subió a mi cuello que sostuvo para besarme con más fuerza, alternando con mordiscos pequeños pero aterradoramente enloquecedores.
No sé cuando mis caderas se rebelaron a la razón de mi cerebro, se movían al principio tan sólo milímetros, acercándose a ella en círculos insinuadores. Ya no era mi cuerpo, era de ella y para ella.
No podía estar más húmeda, me sentía empapada de sudor y deseo. Mi clítoris palpitaba desesperadamente, sentía como si un inhumano peso la halara y estirara sin piedad.
No supe ni me hubiera importado si había más gente en ese corredor, no escuché nada excepto cada alterado latido en mis oídos desde un arrebatado corazón.
Retiró su mano de mi deliciosamente adolorido pezón y un gemido quejoso se manifestó para convertirse en placer al sentirla abriendo el botón y zipper de mi pantalón.
Acarició mi abdomen de nuevo y como torturándome, empezó muy despacio a bajar hasta llegar a mi pubis.
Ya fingir era una tontería, mis caderas buscaban esa mano que prometía lo que yo más quería, que estuviera dentro de mí y lo más pronto posible.
Cruzo su brazo largo y fuerte sobre mi pecho aferrándose a mi hombro, me acercó con fuerza a su cuerpo y sin más, sentí sus dedos acariciando mis labios mayores, menores y finalmente mi clítoris tan erecto como no recuerdo haberlo tenido nunca antes.
Como un choque eléctrico cruzando mi ser, sentí entrar en mí las palabras con su voz ronca, aterciopelada, cual vino tinto de lo mejor, que decían: “Te voy a tener a mi antojo aquí, en este momento porque te deseo y así lo ordeno”.
Sospecho que a esas alturas ella me estaba sosteniendo porque yo ya no sentía mis piernas. Me había convertido en una vulva palpitante, hirviendo y a punto de explotar.
Me ardían los pezones y eso sólo agregaba leña al fuego escalante y arrollador que me consumía por tantísimo deseo.
Me volteó bruscamente, casi caigo, mis reflejos ausentes por completo. Su mirada fue suficiente para casi alcanzar el orgasmo que se avalanzaba sobre mí cual oso enfurecido y hambriento.
“¡NO!”, me dijo entre dientes. Sus ojos echaban chispas, el rubor intenso de sus mejillas delataban una excitación inmensa tan suya como mía.
Dejé de respirar, confundida y obnubilada de placer y deseo…siguió de inmediato una grandiosa explosión aunada a una voz demandante y profunda que me ordenaba: “Llega, ahora sí, llega y siente al mundo entero derretirse entre tus piernas…”
No fue suave, fue enérgico e intenso, sin miramientos, varias veces, apretando y soltando, dejándolos casi insensibles entre sus dedos y un gemido se escapaba desde mis entrañas.
Dejó una mano en mi pecho y pezón y la otra subió a mi cuello que sostuvo para besarme con más fuerza, alternando con mordiscos pequeños pero aterradoramente enloquecedores.
No sé cuando mis caderas se rebelaron a la razón de mi cerebro, se movían al principio tan sólo milímetros, acercándose a ella en círculos insinuadores. Ya no era mi cuerpo, era de ella y para ella.
No podía estar más húmeda, me sentía empapada de sudor y deseo. Mi clítoris palpitaba desesperadamente, sentía como si un inhumano peso la halara y estirara sin piedad.
No supe ni me hubiera importado si había más gente en ese corredor, no escuché nada excepto cada alterado latido en mis oídos desde un arrebatado corazón.
Retiró su mano de mi deliciosamente adolorido pezón y un gemido quejoso se manifestó para convertirse en placer al sentirla abriendo el botón y zipper de mi pantalón.
Acarició mi abdomen de nuevo y como torturándome, empezó muy despacio a bajar hasta llegar a mi pubis.
Ya fingir era una tontería, mis caderas buscaban esa mano que prometía lo que yo más quería, que estuviera dentro de mí y lo más pronto posible.
Cruzo su brazo largo y fuerte sobre mi pecho aferrándose a mi hombro, me acercó con fuerza a su cuerpo y sin más, sentí sus dedos acariciando mis labios mayores, menores y finalmente mi clítoris tan erecto como no recuerdo haberlo tenido nunca antes.
Como un choque eléctrico cruzando mi ser, sentí entrar en mí las palabras con su voz ronca, aterciopelada, cual vino tinto de lo mejor, que decían: “Te voy a tener a mi antojo aquí, en este momento porque te deseo y así lo ordeno”.
Sospecho que a esas alturas ella me estaba sosteniendo porque yo ya no sentía mis piernas. Me había convertido en una vulva palpitante, hirviendo y a punto de explotar.
Me ardían los pezones y eso sólo agregaba leña al fuego escalante y arrollador que me consumía por tantísimo deseo.
Me volteó bruscamente, casi caigo, mis reflejos ausentes por completo. Su mirada fue suficiente para casi alcanzar el orgasmo que se avalanzaba sobre mí cual oso enfurecido y hambriento.
“¡NO!”, me dijo entre dientes. Sus ojos echaban chispas, el rubor intenso de sus mejillas delataban una excitación inmensa tan suya como mía.
Dejé de respirar, confundida y obnubilada de placer y deseo…siguió de inmediato una grandiosa explosión aunada a una voz demandante y profunda que me ordenaba: “Llega, ahora sí, llega y siente al mundo entero derretirse entre tus piernas…”
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