Es una urgencia, una necesidad que nubla mi mente y no permite emitir palabras coherentes.
Quería sentirla adentro, sentirme completamente llena, mi vagina estirándose al máximo por esa mano firme, decidida a poseerme, explorarme e incendiarme.
Me cuesta respirar, no me alcanza el aire que entra a mis pulmones, el deseo y la excitación anulan mi voluntad y así me gusta, que me tomen con la certeza que mi cuerpo ya es de ella y lo controla a su gusto y antojo.
Sabía que lo que hacía es lo que mi cuerpo pedía desesperadamente sin siquiera una palabra de aclaración.
Me tiene como ella quiere y como yo quiero. Pero nunca lo habría imaginado cuando entré a ese inolvidable bar…esa inolvidable noche…esa inolvidable mujer…
Cruzando el umbral de esa puerta en vaivén, estilo western de película. Había cantidad de mujeres y algunos chicos por ahí y allá. Pero ese lugar estaba lleno y se percibía la energía sexual flotando densamente como la nube de humo que quitaba detalle al techo poco iluminado. La música estaba genial, una balada de Shania Twain sonaba desde una rocola frente a la barra, a todo pulmón.
No supe su nombre ni sabía quien era, pero desde que nuestras miradas se cruzaron, nos conocimos como por intuición, como de vidas pasadas, indescriptible pero tan real como su imponente figura de la cual mi mirada no podía separar.
Claro que tenía que disimular, aunque fuera tan sólo un poco. Es parte de la estrategia hacerse la difícil, la indiferente, pero sin apartar ni un instante mi atención de ella.
Me presintió antes de verme, cuando me adaptaba yo a la penumbra del interior del bar, ella de espaldas anchas, volteó despacio, premeditadamente y me clavó esa mirada, que desde ese mismísimo instante me excitó.
Creí ver una sonrisa apenas perceptible, sus labios gruesos y brillantes entreabiertos y sus párpados entrecerrados ocultando parcialmente unos ojazos negro azabache enigmáticos y calculadores.
Sostenía un tarro de cerveza con su mano derecha, fuerte, firme, dedos largos. La otra mano se ocultaba en la bolsa izquierda de sus jeans azules desteñidos, bien ajustados a unas caderas bien formadas, sobre un par de piernas largas y fuertes, que terminaban en unas botas negras vaqueras gastadas pero relucientes.
Su porte me impresionó y cautivó. Su postura relajada pero erguida, tan segura de sí misma, tan a gusto con ella y con lo que la rodeaba.
La camisa blanca de mangas largas dobladas hasta los codos, dejaba entrever unos brazos bronceados y bien moldeados. Con los botones sin abrochar hasta casi la mitad de su pecho, permitía sin mucha imaginación vislumbrar un busto firme, más chico que mediano, sin sostén, pezones erectos, apuntándome con una certeza erótica que me derritió como si estuviera sobre un volcán a punto de hacer erupción.
De su cuello colgaba una cadena de oro que brillaba en contraste con su cuello grueso y sudoroso perlado., venas dilatadas, color de piel dorada.
Su cabello era corto ondulado, en un desorden delicioso de libertad que insinuaba caricias y que daban ganas de halarlo, sujetarlo, olerlo, sentirlo.
Cómo es posible sentir tanto deseo en una fracción tan corta de tiempo, por alguien que jamás había visto antes. Pero la química era palpable, casi materializada y absorbida saturando a mis 5 sentidos.
Me acerqué a la barra y pedí una cerveza, generalmente no tomo y si lo hago es whisky con soda, pero había calor y mi boca reseca de emoción ameritaba hidratación. Saqué un cigarrillo y lo prendí, al aspirar la primera bocanada, sentí cómo el humo entraba raspando y picando mi garganta. Necesitaba calmarme, reubicarme y retomar el control, poder evaluar con mente clara y desapasionadamente mi razón de estar en ese lugar y de lo que esperaba encontrar.
Quería sentirla adentro, sentirme completamente llena, mi vagina estirándose al máximo por esa mano firme, decidida a poseerme, explorarme e incendiarme.
Me cuesta respirar, no me alcanza el aire que entra a mis pulmones, el deseo y la excitación anulan mi voluntad y así me gusta, que me tomen con la certeza que mi cuerpo ya es de ella y lo controla a su gusto y antojo.
Sabía que lo que hacía es lo que mi cuerpo pedía desesperadamente sin siquiera una palabra de aclaración.
Me tiene como ella quiere y como yo quiero. Pero nunca lo habría imaginado cuando entré a ese inolvidable bar…esa inolvidable noche…esa inolvidable mujer…
Cruzando el umbral de esa puerta en vaivén, estilo western de película. Había cantidad de mujeres y algunos chicos por ahí y allá. Pero ese lugar estaba lleno y se percibía la energía sexual flotando densamente como la nube de humo que quitaba detalle al techo poco iluminado. La música estaba genial, una balada de Shania Twain sonaba desde una rocola frente a la barra, a todo pulmón.
No supe su nombre ni sabía quien era, pero desde que nuestras miradas se cruzaron, nos conocimos como por intuición, como de vidas pasadas, indescriptible pero tan real como su imponente figura de la cual mi mirada no podía separar.
Claro que tenía que disimular, aunque fuera tan sólo un poco. Es parte de la estrategia hacerse la difícil, la indiferente, pero sin apartar ni un instante mi atención de ella.
Me presintió antes de verme, cuando me adaptaba yo a la penumbra del interior del bar, ella de espaldas anchas, volteó despacio, premeditadamente y me clavó esa mirada, que desde ese mismísimo instante me excitó.
Creí ver una sonrisa apenas perceptible, sus labios gruesos y brillantes entreabiertos y sus párpados entrecerrados ocultando parcialmente unos ojazos negro azabache enigmáticos y calculadores.
Sostenía un tarro de cerveza con su mano derecha, fuerte, firme, dedos largos. La otra mano se ocultaba en la bolsa izquierda de sus jeans azules desteñidos, bien ajustados a unas caderas bien formadas, sobre un par de piernas largas y fuertes, que terminaban en unas botas negras vaqueras gastadas pero relucientes.
Su porte me impresionó y cautivó. Su postura relajada pero erguida, tan segura de sí misma, tan a gusto con ella y con lo que la rodeaba.
La camisa blanca de mangas largas dobladas hasta los codos, dejaba entrever unos brazos bronceados y bien moldeados. Con los botones sin abrochar hasta casi la mitad de su pecho, permitía sin mucha imaginación vislumbrar un busto firme, más chico que mediano, sin sostén, pezones erectos, apuntándome con una certeza erótica que me derritió como si estuviera sobre un volcán a punto de hacer erupción.
De su cuello colgaba una cadena de oro que brillaba en contraste con su cuello grueso y sudoroso perlado., venas dilatadas, color de piel dorada.
Su cabello era corto ondulado, en un desorden delicioso de libertad que insinuaba caricias y que daban ganas de halarlo, sujetarlo, olerlo, sentirlo.
Cómo es posible sentir tanto deseo en una fracción tan corta de tiempo, por alguien que jamás había visto antes. Pero la química era palpable, casi materializada y absorbida saturando a mis 5 sentidos.
Me acerqué a la barra y pedí una cerveza, generalmente no tomo y si lo hago es whisky con soda, pero había calor y mi boca reseca de emoción ameritaba hidratación. Saqué un cigarrillo y lo prendí, al aspirar la primera bocanada, sentí cómo el humo entraba raspando y picando mi garganta. Necesitaba calmarme, reubicarme y retomar el control, poder evaluar con mente clara y desapasionadamente mi razón de estar en ese lugar y de lo que esperaba encontrar.
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