No sé si grité mucho o muchísimo, pero tras otro grito para tomar aire, ya no me importó.
Era dolor fundido con delicia indescriptible, era una tortura física y psíquica embriagante y aterradora que no quería dejar aún a costa de mi propia vida…
Mordía entonces un trozo de sábana o la esquina de una almohada, pero el placer era tan intenso que creía por momentos perder el conocimiento.
Su boca me besaba con labios jugosos y me mordía con dientes maliciosos.
Cada parte era acariciada, frotada, pellizcada y mi entrega sólo más y más se daba.
El cansancio se hacía ya presente, dolor de músculos desde los brazos a los muslos. Me mantenía mojada y caliente, como locomotora saliendo de sus rieles.
Con sus manos mis pechos y nalgas atrapaba firme y exigente, para con arte incomparable penetrarme vaginal y analmente, juguetes para cada gusto y exigencia era otra de sus avallasadoras estrategias.
Amaneció al cabo de un corto descanso, el frío refrescaba piel y mucosas hinchadas y aún mojadas.
Abrió sus enigmáticos párpados, no atinando al qué, quién, al cómo ni al cuando.
Disfruté tanto cuando se percató de que de mí esta mañana no se escapaba.
Con mirada asustada, cansada y luego embelezada, identificó las telas sedosas que sus muñecas y tobillos sujetaban y así permaneció por mi inmovilizada.
Desnuda, boca abajo, le costaba segur mis pasos.
Y le dije con ternura, pero sin disimular mi lujuria: “Así como fui tuya, ahora a mi antojo serás mía, pues de cazada soy ahora cazadora y las horas que me tome enloqueciéndote por fuera y por dentro, mañana posiblemente para ambas, sólo sea un recuerdo.”
Sus gemidos y gritos inundaron esa alcoba y nuestros cuerpos perfumaron de sexo puro, sublime y con cierto afecto, derrochando palabras, imaginación y mucho más sexo.
Sentada en el avión de regreso a casa, aún la siento sobre mi espalda, entre mis piernas clavada.
Definitivamente para nunca olvidarla.
FIN