Cansancio…más se siente como un total agotamiento. Duelen los pies, como si fueran sacos llenos de pelotitas de vidrio, apretándose entre sí en un espacio caliente, húmedo y reducido llamado zapato deportivo. Luego de más de 30 horas, ya se camina lentamente arrastrando los pies. Es entonces cuando se nota ese piso gastado, irregular, donde faltan partes de loza o está fracturada, donde hay sustancias pegajosas, ásperas y de colores oscuros cuyo componente no se logra identificar. Mejor no saber que hay allí abajo, debajo de esos zapatos pesados, de esos pies hinchados y cansados.
El pasillo se prolonga casi hasta el infinito, largo, oscuro, solitario, muy solitario para ser de noche, para caminar a solas, para estar tan cansada. Las paredes se muestran gastadas, el repello desprendiéndose por humedad o golpes de camillas. Hay manchas por el sobre uso, sucias, testimonios de varios años sin mantenimiento, sin lavado, sin pintura y evidencia de tantas personas sobre ellas antes apoyadas. Ese roce de ropa y manos sudorosas, manos presurosas, manos doloridas, manos ensangrentadas.
La luz es casi inexistente, los pocos bombillos que no están rotos o quemados, proyectan una iluminación que no sobrepasa los 25 wats. Luz amarrilla, que juega con las sobras y defectos de piso y paredes, juega con la imaginación, el cansancio, el silencio, la soledad. Se ven formas que parece tienen propia vida, como si se movieran, como si vigilaran y siguieran los pasos lentos, el cuerpo deambulante esa noche, en ese pasillo en especial.
El sistema de cañería donde pasa, oxígeno, agua, vapor, una maraña de tubos oxidados algunos, sin sus cubiertas aislantes otros, goteando la mayoría, disimulan un techo mohoso, negro, asqueroso. Sólo por un milagro que la lógica no explica, no se ha desplomado, desmoronado o estallado esa maraña de conductos caducos, ya al borde de ser completamente inservibles e irreparables.
A lo lejos se escucha el ronquido de una maquinaria de elevador que cruje y rechina al mover un cubo de metal entre los 5 pisos de tan antiguo edificio. Con descansos intermitentes, sigue su trabajo de subir y bajar, que como décadas atrás, ha repetido, día tras día, noche tras noche, sin parar. Chillan sus bisagras como si le doliera, cual artritis degenerativa al borde de la invalidez.
De repente un chiflón abre y cierra una vieja puerta de madera, o sería la huída de una rata o un ratón, queda la inquietante duda de si algún indigente sin miedo o temor ha optado por pasar las largas horas nocturnas en este sótano acabado por el tiempo y por el maltrato. Las ventanas rotas son casi todas, algunas con restos de vidrio, a otras sólo el marco les queda ya. No deja de bailar en el fondo de la imaginación, la idea de un atacante malévolo que degolla a sus víctimas, quienes solas, cansadas y solitarias, transitan por necesidad ese túnel del terror.
El pasillo no termina, como si creciera y se alargara a voluntad, con la única intención de prolongar esa tortuosa caminata, como si el tiempo, la oscuridad y el silencio se fundieran en lo interminable, en lo eterno. Tanto pesa la hora, que no hay ya miedo o inquietud, las funciones básicas para mantenerse despierta, superan aquellas de inseguridad.
No hay luz en este trecho, a pocos metros una caldera se dispara en vapor y estertores agitados de un motor agonizante bajo la carga de mantener alta la temperatura del agua que ha de circular en esta área. El ambiente se torna húmedo y caliente, incómodamente caliente, cuando hace poco las ráfagas de viento frío, atravesaban caprichosamente el largo e interminable pasillo.
Dicen que la mente, el cerebro, al no tener suficiente sueño, pierde el concepto de lo real y lo ficticio. El tiempo pareciera no moverse, los relojes se paran y las horas son eternas. Se va el hambre, se desvanecen los pensamientos, lo único que queda es el instinto de poner un pie frente al otro, de seguir ese pasillo, aunque sea arrastrándose, porque al final, posiblemente se deba volver a recorrer una vez más, antes del amanecer, antes de volver otra vez a empezar.
Noche de turno, estudiante de 4to año medicina, Externado de Pediatría, sótano Hospital Roosevelt, Ciudad de Guatemala, 1987.
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