Daño y ofensa, no son lo mismo, tampoco se pueden usar como sinónimos y si no podemos diferenciar entre éstas, estamos en problemas. ¿Por qué?
Pues porque no tiene sentido hacerse la vida a cuadros y es un evento que depende enteramente del individuo y su percepción muy particular.
La ofensa de un comentario homofóbico no es el daño de una agresión por homofobia. Y es una la que decide si nos ofende o no, o qué tanto, si nos llaman lesbianas. Al fin y al cabo, eso somos en cuanto a nuestra orientación y preferencia sexual, entonces la palabra en sí no tiene la capacidad de ofender, más cómo la tomemos sí da el poder de que sea ofensiva si nos causa malestar ser llamadas así.
Si me dicen lesbiana, si me dicen puta, si me dicen vieja, gorda y fea, pues la pura verdad, me pela.
Y es que la palabra lesbiana me causa bienestar, lo de puta puede ser hasta un cumplido aunque no real, lo de vieja…los caminos, lo de gorda…llenita y con algo qué ofrecer para agarrar, lo de fea…no lo creo, fuera máscaras, modestia aparte y poca humildad, pero no.
La ofensa es una actitud bien pura lata de usar para enfrentar nuestro entorno. Si ofensas hay desde una mirada, un ademán, un comentario o hasta de ser ignorada. Y generalmente viene de gente que nada que ver, porque o son maleducados y tontos, o son exactamente lo que hacen, inseguros, vacíos, meros mulas y pretenciosos egoístas, pero solo.
Entonces como que no vale la pena tomarles en serio, si un bolo me grita desde una esquina que soy una marimacha, me doblo de la risa o lo ignoro. Ofensa no tomada.
Si una mujer desconocida me mira con cara de susto y cuchichea a mis espaldas porque voy de la mano o besé a mi esposa en público, es como una piedra o escupida más en el camino, sobre todo en este país donde la mara escupe más que un tuberculoso en sus últimos días, pero en fin, idiosincrasia, le dicen. Ofensa no tomada.
El otro lado de la moneda es que otros se sientan ofendidos por mis actitudes, sin que el ofenderles sea para nada mi intención. Es ridículo que el expresarme como soy pueda constituir una ofensa para alguien, pero puede pasar. Este ejemplo explica claramente lo irreal de ofender y ser ofendido, pues depende de nuevo, principalmente del receptor. De ahí que degenere en daño con violencia, en el peor de los casos.
Recuerdo un sábado que fui a pasear una tarde al parque de la Antigua Guatemala, según yo a ver turistas, tomar un buen té chai y disfrutar de la tarde veraniega, cuando para mi exasperación, un fulanito decide iniciar su cuota de prédica evangélica a todo pulmón y, pues eso sí acepto lo tomé como una ofensa, una falta de respeto a mi persona, a mi intelecto, a mi humanidad. Y me veo ahora con otros lentes de vida, pues de ninguna forma me ofendió, fui yo la que se descompensó ante tanta verborrea sin ton ni son.
El pobrecito de plano que ni sabía, o ni entendía lo que gritaba con tanto fervor y determinación, y yo pude haber tenido más compasión y cambiarme de lugar, alejarme y a la vez, dejarlo en paz. No hice nada malo, pero me molestó intensamente a tal grado que arruinó mi tarde, cuando la única responsable de ello fui yo. No me agredió, lastimó o hirió físicamente, no me hizo daño alguno.
Pero la mente trabaja de una forma extraña, más cuando hay prejuicios o trabes personales involucrados. Una ofensa puede desencadenar una respuesta que dañe, tanto de parte del ofendido atacando a su supuesto agresor, o del ofensor contra atacando y defendiéndose del atacante. Una mala mirada o una simple diferencia de opinión pueden terminar en un daño tal que hasta pueda causar la muerte.
La ofensa se codea con lo políticamente correcto, de tal grado que decirle a un diputado del congreso actual, que es un holgazán y corrupto de primera puede ser tomado como una ofensa, haha, chistoso.
Decirle a un sacerdote o pastor o rabino o gurú de tantos a quienes se les conoce amantes y amoríos por doquier que es puto, hipócrita y mantenido puede ser tomado como una ofensa, haha, más chistoso.
Decirle al presidente Colóm que ya sufí y deje de avalar tanta mediocridad y malversación de fondos en el gobierno de Guatemala, que haga su trabajo que por cierto es pagado por nosotros los contribuyentes y harta obligación de dar y rendir cuentas tiene, puede ser tomado como una ofensa, hahaha, absurdamente chistoso.
Cuando lo que hacen es vedaderamente dañino, acabar con un país tan bello pero tan pendejo. Lleno de parásitos en el gobierno.
Pero esas ofensas y esos ofendidos con su mala sangre bien que pueden halar pitas por ahí y por allá y de repente me desaparezco o me convierten en coladera, por rebelde, agresiva y desestabilizadora. Eso sí que es un daño y sin siquiera quitarles unos minutos de sueño.
El ofendido no sólo mantiene una actitud cerrada de víctima, sino que se considera con el derecho de juez e inquisidor. Momento, hay que reflexionar y preguntarnos si por casualidad somos sensibles y susceptibles a tal grado que respondamos con daño a ofensas que abollen nuestro ego y ya mal habida, mal tratada y mal ubicada autoestima.
La crítica puede a veces ofender, pero si se apartan las telarañas del ego, también pueden muchas veces ayudar y no dañar.
La solución es fácil pero depende del número de neuronas, y a seguir consejos como el referido en el refrán: “a palabras necias, oídos sordos”. Y algún día, todos en paz. (hahaha, ya mucho chiste).
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