¿Qué es lo que hace de una experiencia sexual un éxito? Pensaba hace un rato y como estoy algo vaga hoy, se me vino a la mente, que es importante: “el antojo”.
Sí, tener el antojo, como cuando dan ganas de comer un delicioso helado recubierto de chocolate a eso de la media noche…cuando todo está cerrado, está lloviendo y no tenemos dinero en sencillo. Se podría hasta empeñar el alma en uno de esos momentos de total desesperación.
De ahí que el mentado “antojo” depare sin reservas, sentimientos de placer y de frustración a la vez. No se tiene cuando se quiere y aparece cuando no se quiere, lo que resulta no siendo lo mismo…¡¡¡ para qué…!!!
¿Por qué se dan los tan traviesos y perversos antojos? Ni idea. ¿¡Hormonas o imaginación!?
Puede ser a causa del afloramiento de nuestras bajas pasiones o como manifestaciones de los 7 pecados tan manoseados, como la lujuria, la glotonería, la pereza… pero definitivamente los peores, los que nos pueden fraccionar hasta perder la identidad y extasiar hasta perder la vergüenza, son la comida y el sexo. Lo demás es superfluo y pasajero.
Un antojo se satisface con la boca y la piel. Se saborea y se siente. Es una experiencia sur real, que explosiona las terminaciones nerviosas de nuestros órganos sensoriales más exigentes y voraces.
Cuando un antojo se presenta, no avisa, no se puede planificar o preparar. Si hay la más mínima posibilidad y facilidad de satisfacerlo, no hay poder humano que pueda detenernos, aunque a veces sobresalen nuestras virtudes en los momentos más inesperados… pero son la excepción.
A veces se nos antoja lo que no debemos y no podemos obtener, a veces lo que necesitamos, a veces lo que extrañamos. Lo prohibido, lo indebido, lo añorado, todo aquello que por una u otra razón es difícil de lograr en el momento que más queremos tenerlo o hacerlo nuestro.
Por ejemplo, ¿cuándo nos atacan esas ansias espantosas por dulces y pastas? Cuando estamos tratando de bajar de peso porque ya nos pasamos del límite aceptable superior en la escala ya sea de libras o kilos. Y nos ponemos “bien alegres”, tanto así que los que nos rodean corren peligro de ser víctimas de arrebatos descontrolados causados por los malintencionados antojos proscritos.
Se sufre, claro, de eso se trata el vivir. Pero cuando nos damos ese gusto, caemos indefensas ante el antojo de nuestra perdición, volamos entre nubes de colores y experimentamos un placer tan grande como corto y pasajero. Seguido a veces de culpa y confusión. Insisto, cómo se sufre.
Y me pregunto, ¿acaso tengo antojo de algo?
Sí, tener el antojo, como cuando dan ganas de comer un delicioso helado recubierto de chocolate a eso de la media noche…cuando todo está cerrado, está lloviendo y no tenemos dinero en sencillo. Se podría hasta empeñar el alma en uno de esos momentos de total desesperación.
De ahí que el mentado “antojo” depare sin reservas, sentimientos de placer y de frustración a la vez. No se tiene cuando se quiere y aparece cuando no se quiere, lo que resulta no siendo lo mismo…¡¡¡ para qué…!!!
¿Por qué se dan los tan traviesos y perversos antojos? Ni idea. ¿¡Hormonas o imaginación!?
Puede ser a causa del afloramiento de nuestras bajas pasiones o como manifestaciones de los 7 pecados tan manoseados, como la lujuria, la glotonería, la pereza… pero definitivamente los peores, los que nos pueden fraccionar hasta perder la identidad y extasiar hasta perder la vergüenza, son la comida y el sexo. Lo demás es superfluo y pasajero.
Un antojo se satisface con la boca y la piel. Se saborea y se siente. Es una experiencia sur real, que explosiona las terminaciones nerviosas de nuestros órganos sensoriales más exigentes y voraces.
Cuando un antojo se presenta, no avisa, no se puede planificar o preparar. Si hay la más mínima posibilidad y facilidad de satisfacerlo, no hay poder humano que pueda detenernos, aunque a veces sobresalen nuestras virtudes en los momentos más inesperados… pero son la excepción.
A veces se nos antoja lo que no debemos y no podemos obtener, a veces lo que necesitamos, a veces lo que extrañamos. Lo prohibido, lo indebido, lo añorado, todo aquello que por una u otra razón es difícil de lograr en el momento que más queremos tenerlo o hacerlo nuestro.
Por ejemplo, ¿cuándo nos atacan esas ansias espantosas por dulces y pastas? Cuando estamos tratando de bajar de peso porque ya nos pasamos del límite aceptable superior en la escala ya sea de libras o kilos. Y nos ponemos “bien alegres”, tanto así que los que nos rodean corren peligro de ser víctimas de arrebatos descontrolados causados por los malintencionados antojos proscritos.
Se sufre, claro, de eso se trata el vivir. Pero cuando nos damos ese gusto, caemos indefensas ante el antojo de nuestra perdición, volamos entre nubes de colores y experimentamos un placer tan grande como corto y pasajero. Seguido a veces de culpa y confusión. Insisto, cómo se sufre.
Y me pregunto, ¿acaso tengo antojo de algo?
2 comentarios:
wow, de principio a fin, wow... ah, esto va desde Belice
Bien que dilema ese de los antojos... pero bueno; y por que no? al final si esta a nuestro alcance,lo comido y cojidito eso nadie te lo quita!...
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