Fue un día como la mayoría, en el que a las 5 a.m. el despertador devolvió al presente a miles de miles de personas y así iniciar un nuevo día.
Un día entre semana, cuando el cansancio es un poco mayor que al inicio y el descanso está un poco más cerca de hacerse realidad.
Un día del mes de marzo cuando el sol todavía no aparece hasta una hora más tarde. Cuando el clima de verano se hace más caliente y no hay necesidad de usar chaqueta. Cuando el cielo está nublado por tanto vapor de agua acumulado y aún así se rehúsa a convertirse en lluvia.
Un día en el que se tiene una agenda programada y no se esperan imprevistos aparte de un tráfico errático y las ocasionales demoras en los semáforos.
Un día que no pareciera tener nada en particular, es más, podría hasta catalogarse de aburrido y cotidiano.
Un día lejos aún del feriado de verano, más lejos de las fiestas de fin de año.
Un día que sin saber los pormenores, pensamos terminar sin emociones.
Un día en el que amanecemos bien y contamos en terminar algo más cansados pero igual de bien.
Un día que sin pensarlo o meditarlo, puede ser el último o el primero de una vida diferente.
Un día en el que amanecimos con familia, casa, posesiones, proyectos, y podemos terminar sin nada.
Un día que por ser tan frágil y tan valioso, lo desperdiciamos en nimiedades y poco hacemos por aprovecharlo.
Un día que puede ser el mejor de nuestras vidas y por atenernos a un futuro incierto, tiramos por la ventana.
Un día que muchos recordarán con alegría o con inconsolable llanto.
Un día, al fin de cuentas, común y corriente, tan sin gracia, que puede por siempre marcar lo que nos quede de vida.
Un día, que puede no alcanzarnos para agradecer por tantas bendiciones, para enmendar tantos errores, para amar a diestra y siniestra, para compartir y aún recibir amor de vuelta.
Un día para brillar en nuestro trabajo, estudiar sin reparo, manejar sin un solo bocinazo y dar limosna a todo el que nos pida necesitado.
Un día de oportunidades, para hacer el bien o hacer el mal, cuando el final, sin percatarnos nos puede de un tajo alcanzar.
Un día más que tolerar, sufrir y reptar, o crear, mejorar y aprovechar.
No hay necesidad de morir, en el peor de los casos, para perder un día o el resto de los que nos quedan, pues nuestra actitud bien determina, si sólo vegetamos como muertos en vida.
Nos quejamos que no nos dan una segunda oportunidad, cuando miles en un día se pueden presentar, y nosotros, en nuestra ceguera mental, las dejamos pasar.
Dejamos para un día, mañana, pasado, en un mes o un año, lo que podemos hacer en menor brevedad, por desidia, por inflexibilidad, por limitarnos en mente y cuerpo a esquemas que no dejan respirar.
Un día también a nosotros regresará, el fruto y resultado de cada pensamiento, palabra o acción y de sus efectos, consecuencias y resultados, nada ni nadie nos podrá librar.
Vivamos cada día como un día, sin saber cuantos días nos puedan quedar.
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