laColumna:
¡Mamacita!
Él sueña con la vecina.
Por: Raúl de la Horra / Follarismos
Unas amigas vienen a mi oficina y discutimos de amoríos y rupturas. Quieren saber qué pienso de los hombres chapines. Les digo que depende: si estoy en consulta, con mis anteojos de psicoterapeuta, suelo ser moderado y trato de mantener el equilibrio entre los diversos puntos de vista de los pacientes, subrayando el hecho de que todos tenemos una parte de responsabilidad en lo que nos sucede y que tanto hombres como mujeres hacemos lo indecible para jodernos la vida.
¡Mamacita!
Él sueña con la vecina.
Por: Raúl de la Horra / Follarismos
Unas amigas vienen a mi oficina y discutimos de amoríos y rupturas. Quieren saber qué pienso de los hombres chapines. Les digo que depende: si estoy en consulta, con mis anteojos de psicoterapeuta, suelo ser moderado y trato de mantener el equilibrio entre los diversos puntos de vista de los pacientes, subrayando el hecho de que todos tenemos una parte de responsabilidad en lo que nos sucede y que tanto hombres como mujeres hacemos lo indecible para jodernos la vida.
Si en cambio ando con mis gafas de psicólogo social que está un poco harto de las cubetadas volcánicas de intolerancia y estupidez que producimos como país, e intento darle alguna explicación a la cantidad de mujeres solas, maltratadas y abandonadas que hay en la sociedad, entonces arremeto contra los homúnculos que produce masivamente nuestra cultura sin olvidar que han sido paridos y criados por madres irreflexivas e impotentes.
Y si me pongo en plan más literario, más provocador, más kamikaze, entonces afirmo que si yo fuera mujer –con la misma cantidad de neuronas que ahora– creo que no podría enamorarme, pero ni de chiste, de casi ningún macho local, pues me parecen tan simples y torpes, tan insulsos y vulgares, tan rematadamente infantiles y carentes de humor, que puestas así las cosas, preferiría hacerme lesbiana, lo confieso sin santiguarme.
El problema es que el varón latino de la subespecie guatemalensis no busca una compañera para compartir la vida en igualdad de condiciones, sino una mamá sustituta que lo apapache, le dé muchos hijos, le haga fiestas, lo cuide y lo acepte incondicionalmente, mientras él sueña con la vecina. No en balde uno de los piropos más utilizados y preferidos acá es el de “¡mamacita!”, que expresa y resume todo.
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Mis comentrios en otra entrada, para mientras, tomemos unos minutos para la respectiva reflexión.
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